La desaparición de Santiago Maldonado actualiza la kirchnerización de los organismos de derechos humanos
Una habilidad política innegable, una audacia casi sin límites. Fue Néstor Kirchner quien, a pesar de que nunca se había mostrado preocupado por las víctimas de la dictadura, buscó y acordó ya al inicio de su gobierno, en 2003, una alianza sin fisuras con los organismos de derechos humanos, en especial, con Hebe Bonafini, «la madre de las Madres», como el ex presidente la describía.
Con el tiempo, tanto las Madres como las Abuelas de Plaza de Mayo —y, en general, casi todos los organismos— pasaron a formar parte del kirchnerismo, como lo muestra el despliegue común frente a la desaparición de Santiago Maldonado, hace ya un mes.
Bonafini hace punta con su retórica encendida, como es habitual: «A Santiago lo mataron, pero no porque (a los gendarmes) se les fue la mano sino porque para sostener el plan económico, que es el mismo que el de Martínez de Hoz, hay que meterle miedo al pueblo. Lo mataron por orden de Macri, a través de la Bullrich». Pero, todos los liderazgos de los derechos humanos dicen prácticamente lo mismo.
La partidización de las Madres fue admitida por la propia Bonafini el 23 de marzo de este año, en la víspera de un nuevo aniversario del último golpe de Estado: «Las Madres no somos más un organismo de derechos humanos. Somos una organización política, ahora sí con un partido, que es el kirchnerismo».
En mi último libro, «Salvo que me muera antes», recuerdo que al día siguiente de la muerte de Kirchner, el jueves 28 de octubre de 2010, Bonafini publicó un doloroso texto de despedida titulado «Carta a Néstor, mi hijo».
«Cuando vos llegaste a mi vida, me volvió la alegría; me sentí más fuerte, acompañada, comprendida y respetada», recordó en su primer párrafo.
En su carta a Kirchner, Bonafini recordó a sus dos hijos desaparecidos y los vinculó con Néstor. «Quiero contarte en esta carta —afirmó— que me atreví a pasar el primer día sin vos, con ese vacío que me dejaste y que creía que tardaría en llenar porque cuando desaparecieron mis otros hijos el agujero fue casi eterno».
En el caso de la pérdida de Néstor, el vacío no le resultó tan duradero: Hebe explicó que se sintió reconfortada por los miles y miles de jóvenes que encontró al llegar aquel jueves a la Plaza de Mayo, que «te vivaban y también decían: ´¡Fuerza Cristina!´».
En ese diálogo imaginario con Kirchner, Bonafini agregó: «¿Sabés, querido? Te cuento esto porque seguro no te lo imaginás: la mayoría me decía que la apoya a Cristina para las elecciones del 2011».
Es decir que pudo cauterizar el dolor de la pérdida de Néstor con la perspectiva de una victoria electoral de Cristina, que alargaría el dominio político de la coalición que ella integraba.
En ese sentido, la foto de la tapa del libro es muy ilustrativa: detrás de Cristina y del ataúd cerrado de Néstor aparecen Hebe y las Madres en primera fila.
Hubo varias razones por las cuales Kirchner decidió aliarse a las Madres y a los organismos de derechos humanos. Fue una jugada maestra porque no solo facilitó al kirchnerismo el respaldo de amplios sectores medios urbanos, sino que también incluyó a numerosos intelectuales y periodistas; en especial, durante la gestión como jefe de Gabinete de Alberto Fernández, el principal operador político y mediático de los Kirchner.
La política de derechos humanos fue clave también en la vertebración del kirchnerismo como una fuerza hegemónica. Y un grupo alcanza la hegemonía, según Antonio Gramsci, si concentra la «dirección intelectual y moral» del resto de la sociedad. Es decir, cuando logra compactar a una mayoría acerca de lo que está bien y lo que está mal; cuando la convence sobre cómo debe pensar y cómo tiene que actuar. En ese sentido, fue un capítulo central en la llamada «batalla cultural».
En tercer lugar, la incorporación de los organismos de derechos humanos resultó un poderoso mecanismo de legitimación; un formidable escudo ético que durante muchos años protegió a los Kirchner y a sus funcionarios de las numerosas denuncias de corrupción que fueron acumulando ya desde sus primeros tiempos en el gobierno nacional.
¿Cómo iban a robar si defendían los derechos humanos? O, en una versión cínica: «Roban, pero juzgan» a los represores de la dictadura; remedo de otra frase famosa, no solo en la Argentina: «Roban, pero hacen».
Kirchner calculó este beneficio desde que puso en marcha la jugada con la que soldó a su coalición. A mediados de enero de 2004, durante un viaje a Monterrey para asistir a la Cumbre Extraordinaria de las Américas, el senador misionero Ramón Puerta —titular de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado— le preguntó al Presidente sobre las razones de su nueva orientación política.
—Néstor, ¿por qué ahora sos de izquierda si los dos éramos los grandes alcahuetes de (Domingo) Cavallo, vos primero y yo segundo?
—La izquierda te da fueros, Ramón.
Los «fueros éticos» del kirchnerismo se rompieron hace ya un tiempo, pero, para que eso sucediera, tuvieron que pasar muchos años. Y hubo que esperar, además, que la corrupción anegara a los propios organismos de derechos humanos.
Fuente: Infobae