Mientras los delitos se multiplican, Gaspar Sola se esconde detrás del blindaje oficial. La violencia crece, las víctimas también, y el ministro de Seguridad de Salta brilla por su ausencia.
En Salta los crímenes no paran, pero el ministro de Seguridad, Gaspar Sola, parece estar de vacaciones permanentes. Los hechos violentos se multiplican en los barrios de la capital, en el interior, en las rutas, y nadie da respuestas. El silencio del funcionario es tan estridente como el ruido de las sirenas que ya se volvieron parte del paisaje urbano cotidiano.
Y Sola no aparece. Ni declaraciones, ni presencia en los lugares del hecho, ni explicaciones. Su gestión es un misterio guardado bajo llave en el Grand Bourg, donde, dicen, el gobernador Gustavo Sáenz lo protege como si fuera una pieza delicada de porcelana. Mientras tanto, la inseguridad real, esa que sufre la gente común, se vuelve cada vez más insoportable.
Los robos violentos, los femicidios, los crímenes sin resolver y la sensación de impunidad se consolidan como una marca registrada del salteñismo. Y en medio del caos, el ministro mira para otro lado.
En las últimas horas se conoció la muerte de una mujer en situación de vulnerabilidad y avanzan sobre redes criminales vinculadas al narcotráfico.
La provincia vive una crisis de seguridad que no admite más excusas. Pero el Gobierno provincial elige la negación: callar, tapar, disimular. Como si esconder al ministro bastara para esconder la realidad.
Pero el problema no es solo que Gaspar Sola no dé la cara. El problema es que nadie en el Gobierno parece dispuesto a hacerse cargo.
