Sobre el final de la campaña se conoció que el padre de una de las turistas francesas asesinadas en 2011 lo citará a declarar ante tribunales galos porque en Salta no encontró Justicia para su hija.
Es la imagen del naufragio político. El exgobernador Juan Manuel Urtubey, el hombre que creyó ser eterno, se arrastra por la provincia que gobernó con mano de hierro, rodeado de un vacío que asusta. Lo que estamos viendo no es una campaña; es un velorio con sobreprecio, un intento patético de reanimar un cadáver político que ya huele a formol.
El séquito es tan flaco que da lástima. A su lado, el obsecuente de turno, Emiliano Estrada y apenas una decena de figurines sin peso, que están ahí por el catering digital y el miedo a quedar afuera del mapa. Se acabó el aparato, se acabaron las caravanas multitudinarias. Sin la caja del Estado, la mística se esfumó. Lo que queda es el eco de una mentira que ya no le vende a nadie.
Y acá viene lo verdaderamente interesante: los recursos. El candidato está tirando la casa por la ventana. Más de cien millones de pesos, dicen los que saben, se están quemando solo en publicidad digital. Es la pauta más obscena de la elección. Una catarata de videos quirúrgicamente editados, frases de autoayuda y likes comprados en serie. Es un intento desesperado por tapar con ruido de billetes el silencio de la calle. Pero la gente no es tonta. El “apoyo” en las redes es tan real como las encuestas que su entorno se empeña en mostrar.
Justamente, esas encuestas son el principal chiste de la campaña. Su círculo afirma, con esa mueca de póker que tienen los que mienten bien, que el «voto silencioso» lo va a llevar al triunfo. ¿Voto silencioso? ¡Es el silencio de la indiferencia, muchachos! Es la gente que lo ve y le da la espalda. Los números que circulan son un delirio, una operación de marketing que ya nadie compra, ni siquiera los encuestadores, que tienen que hacer piruetas para inflar un globo pinchado. El objetivo es claro: justificar el gasto y mantener la ilusión hasta el día de la derrota.
El ADN del panqueque
El verdadero cáncer de Urtubey es su falta de espina dorsal. Es un político genéticamente modificado para el oportunismo. Su currículum es una antología de traiciones: adulador de Romero, coqueteo con el neoliberalismo, luego el salto al kirchnerismo, al que después acuchilló por la espalda. ¿Su mejor obra? Ser el satélite de Lavagna en 2019, con la única misión de restarle a Cristina. El hombre es un panqueque de exportación.
Y la última: necesitó el guiño del peronismo para ser candidato, pero durante toda la campaña escondió a Cristina. Un acto de cobardía que desnuda su falta de convicción. ¿Alguien en Salta puede creer que Urtubey va a ser un disciplinado senador peronista? No. La gente sabe que su “límite a Milei” o su “defensa de Salteños” es un latiguillo que se desvanecerá cuando aterrice en su banca. Se acomodará con el poder de turno. Es lo único que sabe hacer.
La sombra criminal y la ficha sucia
Y el golpe de gracia viene de afuera. En el tramo final, cae como una bomba la noticia: Urtubey podría ser citado a declarar ante la Justicia francesa por el terrible doble femicidio de las turistas en San Lorenzo en 2011. El padre de una de las víctimas, exigiendo una investigación seria, habla de “graves irregularidades”.
Esto no es un chisme político; es la Justicia tocando a la puerta del exgobernador. La denuncia pone el foco en su gestión y en el manejo policial y judicial de un crimen que nunca terminó de cerrarse.
Es el colofón a una carrera de promesas rotas y lealtades pisoteadas. Urtubey ya tuvo su oportunidad. Doce años como gobernador, cuatro como diputado nacional. Y lo que dejó fue desconfianza, un historial panqueque y, ahora, la sombra de un caso criminal sin resolver.
La Salta de hoy no lo aplaude. Lo mira de reojo. Y está lista para pasarle la factura. La derrota que se avecina no será un accidente; será un acto de justicia popular.