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jueves, marzo 28, 2024

El día que descubrí a Maradona

Durante mucho tiempo tuve una sola postura: Maradona es una cosa jugador y es otra cosa persona. Siendo cómplice pasivo de cada show mediático que lo señalaba hasta el hartazgo, terminé aceptando esa visión condenatoria del jugador más importante de la historia.

Así me enojé cuando aparecían hijos que él nunca había reconocido. Me molesté cuando lo abrazaba a Carlos Ménem y fumaba un habano con Fidel Castro. Lo insulté cuando hablaba de la droga y le daba un tratamiento banal, como si no importara. Acompañaba los discursos de algunos periodistas que analizaban cada palabra que decía, la forma y el tono. Maradona era la estrella de un gran circo mediático donde todos éramos (y somos) jueces de cada paso que da. La mirada es hacia él, sin importar nuestro recorrido en la vida y los errores que cometimos. Siempre, pero siempre, lo de Maradona es más grave.

Un día pensé en que seguramente existan muchos que se regocijen con las imperfecciones del Diego. Tal vez se sientan cómodos y a gusto de que una persona tan importante tenga defectos. Me lo pregunté yo y no era así, por lo menos en mi caso. Tenía una imagen negativa construida integralmente por los (de) formadores de opinión y la industria del espectáculo.

En ese momento comencé a descubrir a Maradona. Pero primero arranqué con las preguntas: ¿Qué molesta de él? ¿Por qué su vida tiene que ser un gran tribunal de ciudadanos preparados para disparar calificativos personales? ¿Quiénes somos nosotros para decir qué está bien o qué está mal?

¿Quién es Maradona? Es todos nosotros. Cada gota de sangre de un argentino está en las venas de Maradona. Todas y cada una de nuestras contradicciones están en esa zurda que derribó imperios del fútbol. Maradona es todas las miserias que podamos tener, y también cada muestra de hidalguía y lealtad. Él es uno de nosotros, y lo sabe. Pero no todos lo podemos aceptar.

Cuando se sienta al lado de un Presidente estamos ahí, al igual que cuando se pone loco por una injustica y no le importa lo que salga de su boca. Somos Maradona cuando se queja de la opulencia del Vaticano y cuando se sienta en su sillón de cada homenaje que le hacen las hinchadas argentinas en las canchas que visita como director técnico.

No es un héroe de revista, de cómic. No es un héroe de marcas tallado a mano por los cráneos del marketing. Diego es todo lo contrario. Es un antihéroe. Él no quiere ser ejemplo de nada, él lo tiene bien claro. Nosotros no.

Maradona no quiso tener un martillo para eliminar el mal del mundo, él solo nos dio el mejor gol de la historia ante el rival enemigo más grande de todos nuestros tiempos en una cancha de fútbol. Después de una dictadura, después de una guerra, un solo argentino salido de una villa miseria unió en un solo grito a millones.

¿Te acuerdas del mundial 90? Mientras silbaban los italianos el himno argentino, Maradona los insultaba. ¿Está bien? Lógicamente no. Pero no para los que tienen hielo en la sangre, para los grandes pensadores de la buena educación y los modales correctos. En ese momento también fuimos todos Maradona. Cada uno de nosotros queríamos estar al lado del Diego, apretando fuerte su brazo y acompañando al que nos representa y reivindica.

 

Maradona es uno solo, no lo podemos separar. Es humano. Es de carne y hueso. Siente. Llora y ríe. Se enoja con lo que le parece injusto y celebra las buenas. Ya nos dio demasiado. Más de lo que le podemos pedir a cualquier mortal. Todavía tenemos tiempo para agradecerle que nos haya dado días tan hermosos y memorables. Pocas personas en el mundo tienen esa cualidad.

Lo cuidemos. Está viejo. Lo abracemos como a nuestro abuelo. Escuchemos sus historias. Ya vimos todo lo que hizo, ahora nos preparemos a conocer lo que siente.

 

Por Juan José Vargas

 

FUENTE: https://realidaddeportiva.com.ar/el-dia-que-descubri-a-maradona/

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