Carlos Saravia Day
Abogado y político salteño
La mentira, gran motor de la historia oscila entre la mentira piadosa y la estadística. Entre ambos en estos tiempos asoma la nariz larga y puntiaguda la mentira reflejada en las encuestas como forma acertórica de augurar un resultado electoral. Los encuestadores abogan como mandatarios bien pagos asegurando un resultado halagador a quienes se las encargan, pretendiendo lo que Augusto Comte padre de la sociología, ensayara hace dos siglos: medir y contar la conciencia colectiva aplicando las leyes exactas.
De allí en más, todo comportamiento social sería previsto con exactitud aritmética y todo resultado advertido con anticipación, eludiendo así al libre albedrío que siempre está presente en el recinto del cuarto oscuro solitario, con la urna en el centro del recinto sola frente a frente con la conciencia. La encrucijada traidora del cuarto oscuro que se reserva la última palabra quedaría reducida a un ritual juego lúdico. Según la antropología el “homo ludens” es anterior al ser racional. El hombre primero danzó, después pensó y por último votó.
Los últimos desaciertos en cadena de las encuestadoras nos regresan a los arcaicos prestigios de los augures, oráculos, horóscopos y predicciones que se remiten a la misma raíz: obedecen a una idéntica necesidad psicológica que no es otra que apoderarse del futuro para descifrarlo.
Hoy no se hacen muchos horóscopos contemplando las estrellas, pero sí se pretende hacer anticipaciones electorales. Estas predicciones se referían casi siempre a la suerte individual, hoy en cambio se refieren a la Sociedad y su destino.
La consulta mentirosa habita en el hombre desde el relato más antiguo de Occidente. Homero, suelta amarras a su rapsodia después que Agamenón consultara al oráculo. Las consultoras de opinión modernamente recuerdan a lo que los romanos agrupaban en colegiatas, eran los augures que advertían en las vísceras humeantes de las victimas propiciatorias o en el vuelo de los pájaros los destinos colectivos.
Cada día está uno más convencido de la fecundidad de la mentira, para servir o mantenerse en el poder, al par de la aridez de la verdad al servicio objetivo de la vida.
Lo que podemos saber del futuro electoral próximo, en una sociedad política desilusionada y sin partidos políticos que sirvan de base positiva para el análisis cuantitativo de la opinión pública es poco y arriesgado. Del porvenir más lejano, nada. Cualquier pronóstico que se haga invade el terreno de la utopía hoy ocupado por los parientes de la encuesta como son los politólogos y analistas. La disparidad y el error grosero de las encuestadoras trae el recuerdo a Cicerón cuando decía que no comprendía cómo, cuando dos augures se veían, no se echaban a reír. No por eso dejó de pertenecer el propio Cicerón a la cofradía de los augures ni dejó de creer que el porvenir se podía adivinar.
Los mejores encuestadores son como el Maese Pedro del “Quijote” que aseguraba que tenía una mona que conocía el pasado y no el porvenir, porque su amo Ginés de Pasamonte, antiguo ladrón disfrazado de titiritero antes de llegar a una aldea tenía la precaución de enterarse de todas las historias y chismes del lugar que después ponía en escena en el retablo jovial de marionetas.
Al empezar el siglo pasado el pensador español Miguel de Unamuno ya advertía sobre los riesgos de medir la opinión pública dándole el nombre de encuestomanía. Y manía quiere decir locura en griego.
Lo que anda ocurriendo con la irreverente desnaturalización de la aritmética, como ciencia exacta llevada a la política para medir los actuales estados de opinión, es lo que está ocurriendo con las encuestas electorales. Como en el teatro de títeres del Maese Pedro se barajan números como si la opinión pública fuera un retablo jovial instalando la mentira y adoptando la simulación desde la encuesta como recurso en la lucha por la vida.
Ya ni en Pitágoras se cree y menos en el mercurio del termómetro. Alguna vez, creí en las encuestas, hoy al verlas les sonrío como a una mujer.