Ni una reunión con trabajadores, ni una foto con los barrios que esperan cloacas o escuelas. Una de las primeras escalas de campaña fue con la Cámara de Minería. Royón no disimula: va por la banca para servirle al lobby que mejor conoce.
Flavia Royón puso primera en su campaña y dejó en claro para quién piensa legislar. Mientras el resto de los candidatos recorren mercados, escuchan reclamos o hacen equilibrio entre promesas y realidades, la candidata a senadora nacional eligió ir directo a su mesa chica: la Cámara de Minería de Salta. Allí, entre empresarios que cotizan sueños en dólares, se comprometió a llevar su agenda al Congreso.
No habló de educación, ni de salud, ni de la pobreza que golpea a más de la mitad de los salteños y a medio país. Habló de rutas nacionales, que son necesarias, pero sí para favorecer a la minería. De obras estratégicas, pero para sacar más rápido el litio y el oro. De un plan conjunto, pero con los mismos que ya se reparten las riquezas del norte como si fueran suyas.
Royón no improvisa. Su relación con el sector minero no es nueva ni accidental. Fue funcionaria, gestora y promotora de cada avance corporativo sobre los recursos naturales de Salta. Siempre supo a quién debía cuidar, y ese cuidado hoy se traduce en una candidatura que no pretende representar a los salteños, sino blindar intereses empresariales con rango legislativo.
En un país con pueblos sin agua, comunidades arrinconadas y una deuda social que no se mide en puntos del PBI sino en vidas concretas, Royón cree que el problema es la falta de rutas para la minería. Es una mirada sesgada, funcional y profundamente peligrosa: naturaliza que la política sea solo el brazo ejecutor de los negocios privados.
El lobby minero no necesita hacer fila ni presionar desde afuera. Con Flavia Royón en el Senado, podría tener ventanilla propia. Y Salta, una vez más, quedaría del lado de los que ponen el suelo y no de los que se llevan el oro.