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lunes, octubre 7, 2024

Rolo de Alzaga, millonario, campeón y depresivo

La historia de un “niño bien” que se transformó en ídolo, retaba a la muerte, no sabía qué hacer con su vida y sólo encontraba refugio en el whisky.

La estatua de Mitre y los jardines se ven, brumosos en la noche de verano, desde las ventanas del gran departamento de la familia. Algunos sirvientes miran y desaparecen en la penumbra. “Antes tenía amigos porque los conocía, ahora sé que tengo amigos en todo el país y en todas las clases. Gente dispuesta a darme su casa, su auto, cualquier cosa. Nadie puede imaginarse la hinchada que uno tiene después que ha corrido. Te reconocen por la calle, te invitan a comer, los talleres no te cobran los arreglos…”

Su trayectoria lo ha llevado de la categoría de niño bien a la de ídolo popular, y Rodolfo de Alzaga recapacita, tomando whisky, en la sala de románticos muebles victorianos y alfombras claras…

“Un entierro igual”

La popularidad le es necesaria. “Iba a estudiar ingeniería mecánica, pero me di cuenta de que para triunfar necesitaría dedicarme a eso en un ciento por ciento, y no tenía ganas de estudiar tanto. Pero quería triunfar, y desde que era chico me gustaba correr.” Así se dedicó al automovilismo, y así se transformó en campeón, y en ídolo, y aunque a veces “te hartás, te hartás de que te saluden, te pregunten, te palmeen, te empujen, te pidan, te pidan, sí, te pidan, nunca sabés qué, nunca, nunca”, en última instancia prefiere eso porque “si me tocara morirme me gustaría tener un entierro como el de hoy”.

El entierro es el de Juan Gálvez. “Sí, me puse a llorar, es cierto, cuando lo vi ahí. ¿Qué querés? Pueden morirse los demás, los imbéciles, los malos corredores, los cretinos, no un tipo como él. Era bastante amigo mío pero, sobre todo, yo lo respetaba como persona. Y toda esa gente, esa gente que se empujaba ahí, era para estar cerca de él, nada más…”

Alzaga, tieso, con un traje azul, camina por la sala en sombras. Se sirve whisky y vuelve al sofá. Está triste. Ha muerto alguien a quien respetaba como persona, y el automovilismo le ha enseñado a valorar a las personas por sí mismas. “Y también me di cuenta de que las personas, cuando no se juntan, son todas muy buenas, y cuando se juntan son peligrosas.”

Se ha dado cuenta de eso, que a veces hace pensar en la política, pero dice que no se ocupa en lo más mínimo de política aunque tiene “más o menos” sus ideas: “Centro total”. Y cree que hay que dejar votar a los peronistas porque “es justo” y porque “no se puede seguir una farsa”. “Pero no a presidente ni vice; a senadores, concejales, diputados… No lo digo porque yo sepa algo de política sino por el lado humano de la cosa.”

El enemigo

Alzaga está en una impasse. En muchos sentidos. Los grandes volantes que tuvieron campo propicio en las dificultades del Turismo Carretera, en los tramos de tierra, en las cuestas y los pedregales, se encuentran ante un cambio de perspectiva que los desconcierta. Ese es el motivo de la muerte de Juan Gálvez (que luchaba por recobrar una posición perdida), y el de las dudas de otros campeones. La parte mecánica de los coches ha cobrado mayor importancia que la pericia en el manejo, y la creciente nivelación de los caminos disminuye la necesidad de destreza por parte de los volantes. Alzaga está esperando. Muchas cosas. Ha dejado de correr por un tiempo y está a la expectativa de un buen mecánico. “No sé nada de mecánica práctica pero tengo ‘buen oído’: sé cuándo un coche anda bien o mal. Y hasta ahora no tuve más que experiencias desastrosas con los talleres. Por otra parte, nunca en mi vida he tenido un coche que me conformara realmente.”

1959 fue el año cumbre en la carrera profesional de Rolo Alzaga, una carrera que empezó en 1952 cuando al cumplir la mayoría de edad, su padre le dio su parte de los bienes de la familia. Alzaga se compró una coupé Ford, la llevó a un taller de Palermo y “fue desastre tras desastre. Yo me metía en todas las carreras. Nunca llegué último: simplemente no llegaba. El auto se me rompía siempre”.

Las cosas cambiaron en 1957. Compró al corredor Logulo un coche bien preparado y encontró un buen acompañante y mecánico (Colanero). Desde ese momento, el setenta por ciento de las carreras en que tomó parte lo tuvo entre los cuatro primeros puestos, y su sitio en el ranking de largada (que se obtiene de acuerdo con las clasificaciones obtenidas) subió del 100 al 2.

¿El amigo?

En 1959 consiguió “la máxima aspiración de todo corredor de carreras”: el Gran Premio de Turismo Carretera y el Campeonato Argentino (se acuerda en relación con el puntaje del año). “Pero no hay caso de envanecerse. Hay muchos buenos, y tenés que pelear siempre.”

Pelear siempre es obvio en todos los terrenos en que se entabla competencia, pero tiene un matiz propio dentro del automovilismo. “Hay rivalidad pero hay unión. Los corredores se ayudan mucho y se tienen una especie de respeto. Yo encontré muchos amigos en el ambiente.”

Y junto con los amigos, los hinchas. Y los enemigos.

El 21 de febrero, un señor pelirrojo movía la cabeza leyendo los diarios en el elegante sector Ocean de Playa Grande, en Mar del Plata. Repetía, consternado: “¡Qué bochorno para nuestra familia!” El nombre de su hermano figuraba, en segundo lugar, en una extraña noticia policial que tenía como protagonista a Rolo Alzaga. Pasó en la madrugada, en el “Manhattan” de Mar del Plata. Los testigos refieren el espectáculo de un Alzaga vociferante, arrastrado a duras penas por varios policías uniformados que no lograron hacerlo entrar en el coche policial donde, cabizbajos, lo esperaban sus compañeros de mesa. Alzaga se encerró en su Jaguar. Un rato después, una grúa venía a buscarlo y lo arrastraba hasta la comisaría. “Yo estaba indignado, porque no había hecho nada que mereciera intervención policial. Los diarios mintieron, porque nadie rompió vasos ni golpeó nada. Teníamos la botella paga y todavía no era hora de cerrar. Queríamos tomar un whisky más. Puede ser que hayamos gritado, pero si un boliche vende whisky, tiene que correr los riesgos de tener borrachos.”

El whisky ocupa un sitio en la vida de Alzaga. ¿Cuántos por día? “Generalmente pierdo la cuenta, soy muy distraído.” Dos días antes de correr una carrera se somete a cierta austeridad: no toma más que vino durante las comidas. Sin embargo, todas las cosas tienen explicación. “Uno está harto, harto de líos, harto de que lo estafen, harto de levantarse a la mañana y de no tener ganas de ver a ninguna mujer en especial. Y entonces uno lo único que quiere es tomarse cinco copas y morirse de rabia.”

Un hombre “sencillo”

La palabra hartazgo y la palabra estafa vienen muy seguido a su mente. Hace muy poco tiempo, su local de venta de automotores, (Quintana y Rodríguez Peña) se cerró. Razones: “Yo creo en la gente, y por lo tanto la gente no cumple conmigo.”

Entre los automovilistas circulan otras versiones. “Nada más que a Rolo se le puede ocurrir meterse a comerciante. Venía alguien a vender un coche y a Rolo le daba lástima desilusionarlo sobre el valor de su mercadería. Lo vendía casi sin ganar.” Sea por lo que fuere, su ineficacia comercial no despierta dudas.

Según una tradición, la comercial es un tipo de eficacia que no se alía con las aptitudes artísticas. Podría suponerse que el hijo de una poetisa (Agustina Rodríguez Larreta de Alzaga), sobrino de una novelista (Carmen Gándara), sobrino nieto de un escritor (Enrique Larreta) y hermano de una pintora (Tala Peralta Ramos) está en ese caso. Él se encarga de aclararlo. “Nunca he leído un libro de mi tía ni de Enrique Larreta. Los versos de mamá sí, los he leído todos. Pero nada más. No me gusta leer. Soy un tipo completamente sencillo. Y además, ¿qué es eso de la herencia intelectual Larreta? Larry y Pablo Larreta, los dos corredores, son primos míos.”

Es “completamente sencillo”, y le gustaría que las cosas que le enseñaron fuesen ciertas. “Me gustaría que el matrimonio fuera como dice la Iglesia Católica, eterno, y qué sé yo. Pero no lo es. Y no podés defender el divorcio: es malo para los hijos. El matrimonio debe de ser la carrera más difícil de todas.” Y por lo tanto, dos veces ha estado a punto de casarse. “Pero no quise ni me quisieron lo suficiente como para atarme toda la vida. Sin embargo, quiero casarme. Quiero tener chicos.”

Sobre este punto sí tiene ideas: los padres deben estar lo más cerca posible de los hijos, y ésa “es una de las pocas cosas modernas que me gustan: la cercanía de los padres”. Tradicionalista, suele aburrirse de algunas tradiciones. “Tuve una lancha, pero el snobismo que hay en el Tigre me reventaba. Pasean, se saludan, se miran, qué sé yo… ”

Es envidiado. Los triunfadores siempre lo son. Y cuando se ha tenido todo desde el principio, más, porque la buena suerte suele disgustar. “Tuve suerte en una cosa: unos padres estupendos.” Hablando del amor y de los éxitos vuelve a surgir la impaciencia: “¡Ligar! Ligar es encontrar una compañera, una mujer que tenga confianza en vos y en quien tengas confianza. ¡Ligar! Mujeres que te hacen líos y cuestiones por estupideces y te hartan. Eso no es ligar. Pero me gustan muchísimo, es cierto.”

Fórmula de vida de un corredor: el vértigo. Vértigo para borrar problemas que empiezan a formularse, que empiezan a molestar en un horizonte que parecía muy simple. “Completamente sencillo”. Rolo Alzaga tiene “terror por el futuro. No por la vejez, por la muerte.” Lo cual no le impide fingir sonrisas ante los fotógrafos, comprarse una boite (adquirió Gong recientemente en una suma millonaria), amar a sus perros y —como en el caso de esta interview— decir la verdad, casi toda la verdad.

  • Artículo aparecido en la revista Primera Plana #18 del 12 de marzo de 1963.
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