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miércoles, octubre 22, 2025

Sáenz fue al velorio, pero su justicia no quiere investigar los vínculos con el narcotráfico que denunciaba Cordeyro

Gustavo Sáenz apareció en el velorio del excomisario Vicente Cordeyro con las frases bien medidas: “Queremos que se sepa la verdad”, “hay que respetar la investigación”, “no hay que politizar el dolor”. Así declaró en modo compungido.

Pero si uno afina un poco la vista, se nota: no fue a pedir justicia, fue a intentar calmar las aguas a días de las elecciones.

Porque si hay algo que el gobernador no quiere, es que se investigue a fondo lo que decia Cordeyro. No lo quiere, y se nota.

Si quisiera la verdad, no hubiera protegido al apoderado de su partido Benjamín Cruz, quien el mismo que Cordeyro señalaba por sus vínculos turbios con narcos y los negocios oscuros en el norte

¿De qué verdad habla Sáenz? ¿De la misma que Vicente Cordeyro dejó flotando antes de aparecer muerto en el cerro Elefante? ¿De los viajes que hacía Monges con dos agentes de la Brigada que le proveía el propio Cruz? ¿De los “trabajitos” de Monges que incluían desde operativos con narcos hasta traslados VIP de jóvenes de clase alta adictos a clínicas en Tucumán?

Cordeyro había dicho que en Salta se manejaba un esquema que mezclaba seguridad, política y negocios, y lo hacía desde el riñón mismo del poder. No lo dijo en secreto: lo denunció.

En entrevistas. En audios. En mensajes. El mismo Benjamín Cruz que acompañó a Sáenz desde la Municipalidad hasta la Gobernación, y que presidió el partido País, con el que el actual gobernador llegó al poder, no es un funcionario más. Es la pieza clave del engranaje y solo está imputado por tráfico de influencias. El fiscal que bloqueo la investigación es Ramos Osorio, que ahora es quien busco cerrar la muerte de Cordeyro como suicidio.

Y entonces, justo cuando esas denuncias son cada vez más contundentes, Cordeyro aparece muerto. Monges está muerto. En su celular salen mensajes en los que hablaba de sobornos a narcos, de favores por $100.000 dólares, y de un “saldito pendiente” con la gente del norte que involucraba, otra vez, a Cruz.

Y ahí aparece Sáenz. Tarde, pero con cámara. No hizo nada cuando Cordeyro hablaba. Fue cuando la presión política se volvió insoportable y el silencio ya no alcanzaba. Fue a decir, en tono dramático, que no va a permitir que se “politice el dolor”, cuando todo —desde el principio— está marcado por lo político.

No quiere investigar. Quiere zafar. Quiere contener el daño. Quiere desactivar una bomba que puede explotar justo antes de las elecciones. Por eso habla de respeto, de dolor, de esperar. Porque cualquier investigación real tendría que empezar en su propio gobierno.

No es “un caso doloroso” simplemente. Es un entramado podrido de política, seguridad, narco, negocios y encubrimiento. Y lo más grave es que todo lleva al corazón del oficialismo.

Sáenz fue al velorio. Se mostró compungido. Se sacó la foto. Pero no fue por justicia. Fue por cálculo. Porque cuando el barro empieza a subir, hay que mostrarse limpio. Aunque por dentro, todo huela a podrido.

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