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lunes, octubre 7, 2024

EL ÁNGEL Y EL CHAROL (III): Ni Roma ni Macri pagan traidores ni sobones.

escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital

Cuando se moviliza Camioneros -el poderoso sector de la clase obrera que conduce Hugo Moyano, El Charol- vibra la totalidad del cuerpo social.

Y adquieren relevancia sobre todo los dirigentes sindicales que no lo acompañan. Los que apuestan, en realidad, por su aislamiento.
Con el auxilio teórico del marxismo -y sin poner el acento en la lucha de clases-, debe aludirse a la hegemonía de una clase dominante metodológicamente inculta.

Es el Tercer Gobierno Radical que preside Mauricio Macri, El Ángel Exterminador. Gobierna con una relativa minoría parlamentaria pero con una excesiva mayoría mediática. Pero está captado por la hegemonía de la insustancialidad. La oquedad que lo torna aburrido y neutraliza.
En realidad, el TGR se explica mejor a partir de Milan Kundera que de Carlos Marx, o el pensador Durán Barba. Por la levedad sin rigor, aunque sea soportable. Secuelas del maniqueísmo estremecedor que pugna por establecer diferencias mágicas entre “lo nuevo” y “lo viejo”. La cronología surge aquí como dato divisorio. Lo “viejo” arrastra la estética del siglo anterior. Con las concentraciones multitudinarias, como la parada patrocinada por Moyano el 21-F.
Al plantearse el conflicto social, que es “siempre más profundo que las anécdotas que lo generan”, desde el kunderismo macrista brota la relativización. Para ser pronto descalificado (el conflicto) por antiguo.
La estrategia de la capa dominante es irrisoria. Con el país desorientado y a la deriva, ante la mera presencia del conflicto, el TGR se obstina en anexar, para su causa, a los desclasados dirigentes de la clase trabajadora, los que permanecen inmediatamente desacreditados ante sus dirigidos. Les estampan sin pudor el barniz amarillo del oficialismo, para diferenciarlos del que asume la causa del desafío. La indignada bronca popular.

Marcha plural. Policlasista

La marcha de protesta que se promovió alrededor de Hugo Moyano derivó en un contundente Charolazo. Fue infinitamente más significativo que la sucesión de balbuceos de su propio discurso.

Un acontecimiento que reacomoda al universo sindical, y que debiera dejar lecciones que nadie querrá registrar. Aunque el inagotable oficialismo argumental se precipite en aclarar que, después de la desconcentración, no queda nada concreto. Ningún avance. Apenas se vuelve a la mediocre normalidad.
El Charolazo del 21-F fue plural y policlasista. Una alfombra verde de varias cuadras de rudos camioneros atenuados por la presencia de los gremios blancos. Los docentes de Baradel, Demis Roussos, y de Yasky, El Hugo Blanco, junto a los estatales de Michelli y los judiciales de Piumato, que se mezclaron con los bancarios de Palazzo, el carismático Caudillo Radical. Y con los sectores medios ideologizados, que representan a las distintas tribus minoritarias del peronismo. Como La Cámpora, y diversos peronistas sueltos. Junto a los esclarecidos de la izquierda trotskista, del PO y del PST, y con el nucleamiento del “pe ce erre”, aquel que fuera chinófilo, sumados al humanitarismo militante de las Madres. Y sobre todo el extendido colchón popular de las llamadas organizaciones sociales, con desposeídos que pugnan por el ascenso social que merecen y convertirse, también, en clase trabajadora.

 

Festival de la sociología en movimiento

Entonces extracción obrera, pequeño-burguesía militante y aspirantes a proletarios que marcan un camino desafiante para el analista político, mal habituado a encasillar.
Se asiste a la combinación de los diversos estratos que componen la sociedad aparentemente estancada.
Un verdadero festival de la sociología en movimiento que el botiquín reaccionario de la capa dominante prefiere simplificar. Para incorporarlo a la fantástica colección de recursos prejuiciosos, inútiles para anular la potencia de un fenómeno sociocultural (y político) que los excede. Por desconfiar de la ilustración y por menoscabar, por antiguo, todo aquello que remita a las interrelaciones de las clases.
En el combate descalificador, los dominantes pasan del gorilismo que enternece por arcaico, hacia las acciones de contrainteligencia que se inventaron en el siglo XIX. Con el formato servicial de las amenazas. Exploraciones útiles para ser multiplicadas desde el panelismo mediano que transmite ideología insalubre desde los medios baratos de comunicación. Es que abundan los que se plegaron con entusiasmo a la onda cautivante de la insustancialidad.
Es aquí donde adquirieron fundamental relevancia los ausentes que buscaban altavoces para proclamar su distancia con Moyano, al que reducían a la rigurosa mezquindad de suponer que Charol sólo actuaba movilizado por su defensa personal. Para no dar explicaciones ante la justicia, y no ir preso.
Al exponer ante la opinión pública a los sindicalistas perdonables, el gobierno, impiadosamente, los dejaba mal parados, en posición adelantada, en falta con los representados que hubieran preferido concentrarse entre el festival de la sociología en movimiento.
Al pretender aislar a Moyano, el TGR lo promovía. Sólo consiguió que El Charol reaccionara como un sensible novato del montón, ante la virulencia de los golpes. Y desperdiciara valiosos minutos de su costoso discurso que fueron destinados a la inutilidad de la queja.
Sin embargo lo que menos importaba de Moyano eran sus palabras. Importaba lo que había generado, lo que podía reunir, la reagrupación del mundo sindical que dejó de ser columna vertebral para convertirse en razón, y hasta pensamiento. Para riqueza de discurso bastaba con las palabras de los dos teloneros fundamentales. El radical Sergio Palazzo, y el maestro progresista Yasky, El Hugo Blanco.

Lecciones del 21-F

Los dirigentes sindicales, en general más astutos que Rinconete y Cortadillo, fueron exhibidos como moderados dialoguistas. Los pobres quedaron a contrapierna. Desubicados y en “orsai”, como el alma del bandoneón. Apenas aprovecharon el conflicto para aproximarse, de manera suicida, al gobierno que nada tiene para darles. Ni garantías de libertad. Y Macri, como Roma, nunca paga traidores. Ni siquiera sobones. Ni palmeadores vocacionales. Aquí los artesanos de la negociación permanente quedaron ensartados como pichones en la “propia tropa” de la insustancialidad amarilla que no acierta.
Consolidaron, a la transitoria capa dominante, en la vigencia de los dos pretextos:
1) Reducción del litigio a una cuestión personal/judicial del sujeto (Charol).
2) Escudarse, para legitimar la distancia, en la presencia del kirchnerismo. Justo cuando el antikirchnerismo deja de ser redituable como pretexto. Ya no “garpa”.
La dinámica de la evolución política desubica a los estancados que se aferran a la estática y se quedan congelados en la historia.
Sin embargo el antikirchnerismo es aún la pasión exclusiva que sostiene a determinados peronistas vergonzantes entre las filas del macrismo culposo.
Es precisamente el kirchnerismo lo que los hace macristas. Pero El Ángel Exterminador necesita de macristas de verdad, que estén menos cargados de complejos.
La capa sectaria que gobierna debería dejar de lado, en lo posible (y vaya como expresión de deseo) la patética insustancialidad. Aferrarse menos al recetario hueco de superación, que los impulsa a decir, después de la marcha, y en un rapto de aceptable coherencia, las idioteces similares que decían antes.
La otra lección superadora es para los sindicalistas que sobreactuaron la abstención. El sobonismo. A los efectos de asegurarle al monarca de turno que son distintos. Que están disociados del Mal.
Ni Roma ni Macri pagan traidores ni sobones. Ni siquiera los alquilan. Simplemente porque les llegan regalados. Entregados. Para estar cerca, sin siquiera la seguridad de la protección

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