El ritual llamado el Último Primer Día (UPD) en Salta tiene sus seguidores para arrasar con los valores educativos. Son los alumnos de la secundaria. Lo celebran al comenzar el último año de colegio.
Rodolfo Ceballos (*)
El UDP consiste en una competencia realizada desde un bacanal privado, en la que se conocerá quién aguanta más horas estar alcoholizado y hacer determinadas interacciones sociales: ir a clase con la sobriedad perdida, estar orondo en el colegio pese a tremendo trasnoche e ingesta tóxica consumida, mantener vivo el aprendizaje y cumplir con otros desafíos estresantes.
El 5 de marzo, inicio del ciclo lectivo 2025, el UPD fue noticia en Salta. Los docentes interesados en corregir a los ritualistas, que generalmente reciben el apoyo logístico de sus padres, elevaron amargas quejas porque los chicos hoy se relacionan entre ellos a través de una sustancia que intoxica. Si los padres asientan el exceso, son facilitadores de la fiesta. Al parecer, el consentimiento tranquiliza sus conciencias, pero a las instituciones educativas y a docentes los horrorizan.
Para la perspectiva del Estado que educa, el UPD reveló que los jóvenes ya son cada vez más oposicionistas y pusieron en crisis a la autoridad educativa, ellos mismos son el síntoma de la falta de una política pública integral en salud mental, no parcial, que los contenga.
La libertad de emborracharse o drogarse es subjetiva en el alumno. Pero ¿qué eligió la política salteña de salud mental para seguir de cerca estos tipos de subjetividades que rozan la toxicidad, aunque sea como diversión entre pares? El modelo de salud mental optó por ofrecer una asistencia no integral, extracomunitaria, solo focalizada en el consumo problemático de sustancias en tanto y cuanto haya un joven que concurra a los servicios organizados; dicho de otro modo: se facilita a medias la demanda en los usuarios y la atención solo es exclusivamente por la oferta. Quedó así desechada la buena práctica de la dualidad demanda-oferta, que sustenta a la integralidad de cualquier sistema de atención apreciado como accesible. Solamente, la tan mentada accesibilidad ya no alcanza en una planificación sanitaria, es necesario sumar también la voluntad lúcida de hacer desaparecer las brechas en salud mental. Estas brechas quedan vencidas, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cuando se reduce la disparidad entre el número de personas que necesitan tratamiento para trastornos mentales y el número de personas que realmente reciben dicho tratamiento.
Los niños y los adolescentes del sistema educativo en Salta, siguen agrandando las brechas en salud mental al no poder realizar sus demandas en los mismos establecimientos educativos, que no les interesa la prevención estratégica en salud mental. Conclusión: la accesibilidad sin reducción de las brechas en la salud mental es un gatopardismo (cambiar todo para que nada cambie.
Hay una decisión política de no crear espacios, cables a tierra, en las escuelas y colegios para que los más decididos dialoguen sobre los problemas subjetivos de ellos y del grupo, como ser la ansiedad, la depresión, el estrés, las conductas de riesgo, las de consumo problemático de sustancias, etc.
Existe el prejuicio de que las actividades en los establecimientos educativos, para abordar esos síntomas, no son efectivas por distintas razones técnicas, como si al argumentar en contra de la innovación sanitaria se descubrirá la pólvora de la salud mental. Hay experiencias ya super probadas e inspiradoras que sostienen lo contrario: es correcto crear correctamente la demanda de atención en los padres y alumnos. Esas experiencias existen en el país con excelentes evaluaciones, menos en Salta que son refutadas. Por ejemplo, niegan los efectos virtuosos del programa «La salud mental es entre todas y todos», de la provincia de Buenos Aires. La iniciativa que nació en 2019 y aún permanece (no es un aterrizaje en las escuelas y me voy) está calificada por la Organización Panamericana de la Salud (OPS) como modelo para ser replicada en América latina. Pero en Salta, tal alta valoración técnica de la OPS no tuvo resonancia, sí críticas provenientes de una ignorancia supina que dejó en modo espera al tiempo de la promoción y prevención de las problemáticas específicas de la salud mental en los jóvenes.
Los ritualistas de la UPD no se benefician a la hora de la escucha e intercambio de pareceres con los especialistas en salud mental que podrían llegar al territorio de los colegios, aulas, etc. y crear el intercambio necesario. Los profesionales no practican esa oferta móvil, la extensión comunitaria está ausente en sus servicios, solo atienden en un 0800, en consultorios externos del primer nivel de salud o en los dispositivos dedicados a las adicciones. El resto del trabajo es derivar a otros efectores de mayor complejidad si lo amerita el caso. En eso consiste la práctica del pensamiento único de la accesibilidad que no considera las brechas existentes.
En los espacios de la educación los jóvenes quedaron solos con sus propios recursos subjetivos. Es por eso que el alcohol pasó a acompañarlos, por el momento. Hoy manejamos indicadores que son vulnerables al exceso de la bebida; desconocemos si mañana sumarán otros desbordes a sus vidas.
(*) Periodista especializado en psicología y salud mental