Es verdad que durante los últimos doce años se han construido escuelas en Salta, pero no es menos cierto que las nuevas escuelas son el resultado fatal del impulso demográfico (el crecimiento de la población infantil en edad escolar), más que de unas políticas específicamente diseñadas para potenciar la calidad de nuestra educación.
Dicho en otros términos, que si en el periodo al que hacemos referencia no se hubieran erigido nuevos edificios escolares en Salta, la población infantil, creciente en número, no tendría hoy lugares suficientes para educar a todos.
Desde luego que no está mal construir nuevas escuelas. Lo que está mal es decir que con los nuevos edificios está satisfecha la demanda ciudadana de una mayor calidad de la educación pública obligatoria.
Dejando a un lado el siempre polémico tema de quién construye en realidad las escuelas de Salta (si el gobierno federal o el provincial), asunto que no es muy fácil de resolver, teniendo en cuenta de que el Gobernador de la Provincia capitaliza electoralmente las obras que su gobierno ni ha previsto ni ha pagado, la cuestión central de la calidad de la educación parece mal enfocada en Salta.
No se trata solamente de la calidad del aprendizaje; es decir, del nivel de conocimientos adquiridos por los alumnos, sino también del nivel y la capacidad pedagógica de los maestros que les enseñan. Y esto es lo que está fallando en Salta.
Como decía un viejo observador de nuestras taras sociales: «El problema no son las escuelas rancho sino las maestras rancho».
Desgraciadamente, y aunque cueste admitirlo, nuestros cuadros docentes son tercermundistas por donde se los quiera mirar. No nos damos cuenta mejor de este fenómeno porque no tenemos ni voluntad ni tradición comparativa. Pero no son deficientes los maestros porque carezcan de aspiraciones o deseos de mejorar y hacer cada vez mejor su trabajo sino porque el gobierno provincial no hace lo que debe hacer para que los maestros y maestras tengan las oportunidades formativas que demandan, al más alto nivel posible.
Tampoco -hay que reconocer- los maestros tienen unos sindicatos que demuestren estar más preocupados por el daño que les hace la ignorancia y el atraso científico que por los perjuicios que a sus ingresos provoca la inflación.
Tenemos que admitir que el mayor número de escuelas en Salta no ha logrado acabar con el problema más simple de todos los que afectan la calidad de la enseñanza: el de las aulas sobrepobladas. Desde luego que el problema sería más grave si no se construyeran escuelas, pero el construirlas, de por sí, no constituye ningún mérito ni razón para elevar a los altares a nadie.
A todo ello debemos sumarle que la formación de nuestros docentes es inadecuada, que faltan oportunidades de desarrollo profesional durante sus carreras y que este déficit inconmovible nos está diciendo que por muchas escuelas que se construyan, por muchos techos que se reparen o por muchos pizarrones que se vuelvan a pintar, la calidad de la educación en Salta seguirá descendiendo sin remedio.
El Gobernador de la Provincia de Salta confunde el derecho a la educación con el derecho a ir a la escuela. Es un error monumental. El derecho a la educación, básicamente, puede ser resumido en el derecho a ser enseñado por maestros cualificados y debidamente preparados para impartir conocimientos. Y en esta materia cualquiera sabe que el Gobernador, en doce años, no ha hecho absolutamente nada.
El Gobernador de la Provincia de Salta estaba obligado a formular y a ejecutar políticas concretas para que Salta progrese adecuadamente en la consecución del Objetivo 4 de la Agenda 2030 sobre el Desarrollo Sostenible, aprobada por las Naciones Unidas en 2015. Este objetivo es el de garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos.
El gobierno de Salta que surja de las urnas el próximo mes de octubre deberá preocuparse seriamente por relanzar el prestigio de la profesión docente, comenzando por reforzar su formación y exigir de ellos -y no tanto de sus alumnos- unos resultados accountables.
Va siendo hora ya de que dejemos de achacarle a la pobreza, a la mala alimentación o a otros factores periféricos las escasas competencias de nuestros niños en comprensión lectora y en cálculo matemático. Mucho tienen que ver los docentes en este déficit, por lo que antes de vanagloriarse por el número de escuelas construidas y por los metros cuadrados de los salones de usos múltiples, se debe hacer un esfuerzo consistente en poner a los maestros en el nivel que les corresponde, aumentando razonablemente su consideración social y sus remuneraciones, y no creer que se han satisfecho sus expectativas con solo aumentarles el sueldo.
Fuente: Iruya
