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jueves, marzo 27, 2025

Loro y Beto | Tienen más humo que gestión

En una semana donde hubo grandes tensiones entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo, un funcionario de segunda línea echó más leña al fuego buscando con ello evadir responder con certezas.

No se caracterizan por ser ejecutivos altamente calificados. Llevan sus funciones con notables improvisaciones y, aunque no tengan condiciones visibles, se atreven a presionar a partir del rigor de la caja.

Embalados por la espuma de estar adentro del gobierno actúan como jefes. “El loro” y el “Beto” toman apenas un trago de poder y ya se embriagan. Pablo Outes y Alberto Castillo, en ese orden, son los que se atreven a usar el látigo violando todo tipo de institucionalidad.

Ofuscado, el Coordinador Político, en la semana, le tiró de las orejas al presidente de la Cámara de Diputados por cómo se planteó la acusación de Gustavo Orozco contra Abel Cornejo durante el tramo de Manifestaciones y al final de la sesión de este martes. Un mes atrás había hecho lo mismo en el Grand Bourg.

Por su parte, Alberto Castillo, el director de REMSA que no consiguió inversiones extranjeras pero desarrolló su compulsión hacia el escándalo, días pasados, tras las declaraciones del Senador Leopoldo Salva y la diputada Azucena Salva, quienes criticaron que la minería no genera fuentes de trabajo en el departamento de Los Andes, salió al cruce violentamente y desconociendo que la Constitución plantea con claridad que los legisladores «no pueden ser reconvenidos por sus opiniones».

Con su singularidad falta de respeto, tildó de «llorones» a los legisladores. Ante eso, el senador por La Caldera, Miguel Calabró reprochó tal conducta pero sin nombrarlo. Remarcó que «fue designado por decreto» en cambio Salva, fue «elegido por la comunidad de Los Andes» y pidió que ofrezca disculpas por sus declaraciones ofensivas.

Con la crisis en seguridad estallada y con un horizonte carente de perspectiva de desarrollo, cualquiera que se precie de funcionario no solo debe respetar las instituciones sino también reconocer (y cambiar) los efectos perjudiciales de sus actos.

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