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lunes, octubre 7, 2024

LOS TRANSFORMADORES

Corre, se agacha; corre, se agacha y carga sus bolsas naranjas de papelitos.

Frío o calor, nada la detiene, cada mañana repite su trayecto. Sale de su casa a las 6,30 y anda durante dos horas por la ciclovía que une la capital de Salta con San Lorenzo.

Ya hace tres años que repite la rutina “Lo hago por mí y por todos. Es mi espacio, el camino por donde transito, entreno todos los días y me gusta verlo limpio, así que ya me acostumbré. Por cada papel que levanto tiran diez más, pero bueno…pienso que de tanto verme hacerlo alguien se contagiará, de hecho hay un señor que a veces me ayuda. Pienso en los chicos, en el planeta que tenemos que cuidar y vuelvo a salir mañana” Se coloca de nuevo el auricular y sigue su tarea, tiene que terminar y volver para ocuparse de su casa y prepararse para ir a trabajar. Habla con los ojos húmedos porque la emociona reflexionar sobre lo que hace…sin pensar demasiado, con la convicción de que correr – cada mañana de su vida – y levantar lo que otros tiran con desprecio, le hace bien a ella misma, hace bien a los otros.

En algo se parece a Don Hubeli, mi vecino.

En 1973 vino desde Santa Fe, de una colonia agrícola de suizos alemanes, buscando nuevos horizontes. Fue uno de los primeros representantes de una conocida marca de lácteos, pero los vaivenes económicos del país lo tuvieron a mal traer toda la vida.

Fuerte, trabajador, construyó su casa ladrillo a ladrillo, porque no solo sabe de agricultura y fabricación de quesos, también de albañilería, plomería, electricidad, mecánica. Hace unos años, cuando se jubiló y tuvo algo más de tiempo, barría la vereda de los vecinos, leía sentado en la puerta, presto para arrimar la escalera y reparar lo que alguien de la cuadra necesitara.
A los 80 años los hijos le tuvieron que esconder la bicicleta, porque claro, ya se había pegado algunos porrazos. Lo que nunca le pudieron quitar fue su amor por las plantas.Como en su casa no tenía espacio, se inventó su propio oasis.

Vive al lado de las vías del tren y ahí, en esa tierra yerma, desprestigiada y llena de basura se hizo su propio jardín. Acostumbrado a sacar fortaleza de debilidades limpió, desmalezó, empezó a plantar rosas: blancas, rojas, rosadas, luego calas, margaritas, malvones. Se armó un banquito de ladrillos viejos que tuvo que atar con alambres para que no se lo robaran y allí se sentaba, cada tarde a regar sus plantas, tomar fresquito y disfrutar de la belleza creada por sus manos rústicas.

El año pasado falleció su hijo y eso le tumbó las ganas de vivir y fue descuidando su jardín. Hace un mes y próximo a cumplir 85 años, un ACV lo dejó postrado y hoy se apaga lentamente.
Cristina Ellero y Don Hubeli no se conocen, pero tienen mucho en común.

Ellos transforman cada día el gesto displicente de otros, y hacen belleza donde los demás dejan basura.

Es su misa con la vida, su Pascua agnóstica, su promesa interior sin alardes.

Gente insustituible que hace de cada rincón del planeta, su propio Edén.

 

 

Fuente: Patricia Patocco

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